Dicen de la familia, que cuando falta el padre, falta el pilar principal que sostiene el hogar. Que éste se sotiene a duras penas y que sus habitantes han de luchar para intentar recuperar la armonia necesaria. Pero cuando falta la madre, ya no se trata solo de un pilar. Son los propios cimientos del hogar los que se ven afectados. La madre es el hogar en si misma y parte fundamental en la educación futura de los hijos...
¿Cuantas madres abnegadas hemos visto? Que abandonan ilusiones e ideales, para que su prole salga adelante lo mejor posible. Madres que se quitan de su boca, lo poco que tienen para darselo amorosamente a aquellos que mas quiere... Que solo miran por los suyos, olvidandose muchas veces de sus propios achaques.
Y no se trata de una cuestión económica, pues cuantas madres, en momentos duros, han tenido a sus hijos y su casa que da gloria de verlos, pese a las limitaciones del momento, dejandose la salud y sacando tiempo al tiempo. Tanto, que cuando un hijo rememora su infancia, es habitual que lo haga con añoranza, pese que a lo mejor fueron tiempos muy dificiles para sus padres.
Es por ello que con este cuadro, que hice hace algun tiempo, quiero rendir un pequeño homenaje a Maruja, mi madre, a la que le debo la vida y que siempre me lo dió todo, y que aún a sus 85 años sigue pensando en cómo hacer que me sienta feliz, cuidándome como el primer dia, pese a ser ella la que tenga que ser cuidada.
Tambien este sencillo homenaje va por Pepi, mi esposa, que aunque yo viviera mil años, no serian suficientes para merecermela. Siempre ha estado ahí, dispuesta a aportar todo lo posible y lo imposible para que esta aventura que estamos viviendo juntos siga adelante, pese a las trabas con que nos enfrentamos. Siendo mi soporte vital en los momentos de flaqueza, que en los tiempos que corren lamentablemente son mas habituales de la cuenta. Es por ello, por lo que a traves de este medio quiero gritar a los cuatro vientos:
¡Gracias Mujer!
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