Estás frente de mi. Tu cuerpo ha sido
consuelo para el mío cada invierno,
y en ese tu misterio simple y tierno,
holgaste solapado mi sentido.
Si acaso de viajero ya ha partido
mi espíritu evadiéndose al gobierno
de luces donde a veces ni discierno,
me ayudas a vibrar con tu latido.
de rubia y asoleada cabellera,
que ausculto tras el vidrio de mi mano,
te nombro al paladear con lisonjera
vehemencia el señorío jerezano
que marca tu linaje de solera.
Entonces te descubro haciendo trizas
tus sueños navegantes de las cepas,
por donde tras el frío en savia trepas,
cual tuétano de aquellas albarizas.
Y así los sedimentos eternizas
en oro moscatel, y que lo sepas
te ufana y no hay vasijas donde quepas,
rumiante con ancestros de calizas.
Si fuiste un prehistórico salobre
con algas cimentando tu futuro,
hoy eres medicina donde cobre
tu auténtica estatura, en el más puro
color de viejo hidalgo nada pobre,
el vaso en que te escancio sin apuro.
Por eso quiero verte cada vez
pulsando el contenido de mi aliento
en notas de sabor que trajo el viento
que datan de tu estirpe de Jerez.
Asocio tu vendimia a mi niñez,
pues quiero regalar tu sentimiento
con voces de nostalgia en las que siento
vibrar tu pensativa robustez.
Un vino de verdad, vino que aciertas
la cálida corriente de mi fluido
del vamos, como quien sabe las puertas
y llena los espacios del latido.
Me alientas, me confundes, desconciertas
si busca su consuelo el pecho herido.
El sueño de tu crianza en las soleras
comulga franco idilio con el roble,
y logra que tu esencia se desdoble
tiñendo oro pajizo en tus esperas.
Punzante y delicado te atemperas
por ver tu palidez tornada al doble
sabiendo tu ascendencia la más noble
simiente que brotó de las hileras.
Si entonces se llamara palomino
la cepa que hizo ofrenda en los lagares
al dar su gravidez a tu destino,
hoy puedes ostentar los titulares
de haberte rotulado jerez fino,
deleite de exigentes paladares.
También pueden hallarte amontillado
luciendo los colores ambarinos
que son los distintivos de tus vinos,
con ese aroma suave, avellanado.
De Cristo amé la sangre en mi costado,
del bosque la canción preñada en trinos,
y en ti los medulosos pergaminos
que guardan las vasijas del soleado.
Quizás en oloroso, noble meta,
te entregues con el fuego de tu crianza,
oscuro, aunque de oro en tu etiqueta.
Tu gusto transitivo en la balanza
camino al moscatel es la receta
que tienen los adornos de tu danza.
Caoba y terciopelo a tu estatura
de vino prisionero en la criadera,
revelan tu destino de madera
volcado a tu silencio de dulzura.
Milagro de la tierra que aventura
por un Pedro Ximénez con su esfera
translúcida y vital, salir afuera
gimiente en la molienda que tritura.
Caminas en la senda de la vida
por mesas hogareñas como el vino
que espera haya concluido la comida.
En tanto el moscatel prodiga el sino
habido en la promesa contenida
de unir enamorados en destino.
Con ese formidable desenfado
nacido de los soles de tu historia,
contienes macerada la memoria
del último terrón que abrió el arado.
Por ver tu corazón transfigurado
en lágrimas de amor, como una noria
repito los instantes de tu gloria
bebiendo la amistad que me has brindado.
Por esa conjunción de pan y anhelo
intuida como lógica quimera,
te nombro soñador de viña en celo.
Y canto en comunión con la madera,
insigne relicario del desvelo,
el alma de Jerez de la Frontera.
Serás ofrenda y paz para el amigo
y al Cielo lo convoco de testigo.
(Jerónimo Castillo. San Luis-Argentina)
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